domingo, 26 de abril de 2009

En mis mundos paralelos

La experiencia que tuve las últimas semanas, durante una visita al país, reconfirmó lo que antes me había parecido, pero me resistí a creer.
En nuestro país hay dos mundos paralelos existiendo e interactuando en el tiempo y para algunos en el espacio. La máquina que transporta de un mundo a otro es una Jeepeta o para algunos la guagua de la Omsa.
Se viven dos realidades distintas en las diferentes zonas de la capital, la una rodeada de torres de apartamentos, de anuncios de Cadenas internacionales de Fast Food, de calles bien asfaltadas, de agentes de la Amet, de precios europeos en los servicios, de lujosos edificios para los bancos, de Malls, de mucho aire acondicionado.
Por esa zona transita la mayor cantidad de jeepetas por kilometro del mundo en su constante afán de vivir en los dos mundos paralelos.
El otro mundo está a veces más allá del puente o en el norte, o en cualquier zona marginada de la capital y está rodeado de muchísima gente todos albarrotados en poco espacio, de hoyos profundos en todas las calles y mucha basura, de la falta de higiene y limpieza por falta de agua y de infraestructura, de la falta de luz eléctrica bajo cualquier pretexto y a cualquier hora, de la bulla infinita de los colmadones, de millones de motoconchos, de edificios remendados con anexos y plantas sobrepuestas, de millones de perros realengos, de una cantidad irreal de mosquitos, de muchísimos ninos, de mujeres jovenes embarazadas, de iglesias de todos los tamaños y confesiones que compiten por los siervos que están allí tan abiertos a cualquier promesa de redención, rodeado del dominó la cerveza y el ron y de muchas cosas más a parte de las mil promesas de los políticos de que el mundo mejorará
Sí, ese mundo está rodeado por el afán infinito y colectivo de sobrevivir a cualquier precio, y, a pesar de sus muertos en supuestos intercambios de disparos con la policía, es un mundo mayormente pacífico