domingo, 29 de marzo de 2009

Se nos va, pero nos queda, su excelencia elegantísima

Caramba!! estos son unos versos de despedida a su excelencia Don Pedro Vergés, Embajador Dominicano en Berlin, que penosamente termina su misión aquí. Ha dejado muchas huellas, muchos admiradores y amigos. Se me ocurrieron estas lineas de despedida en lugar de escribir sobre la penosa situación mundial tan llena de recelos y fallas. Me refiero en ellas al poema "La Hora Cero" del poeta Pedro Vergés, versos del cual reproduzco al final.


Se nos va, pero nos queda,
Su excelencia elegantísima,
La sonrisa duradera
Que nos trajo cuando vino

Y la calmada manera,
La confianza y el atino
Con los que nos condujera
Parecían algo divino

En este bendito frío
Los afanes pasajeros
Eran como un desafío
Que cumplió sin desesperos

Cuatro años se pasaron
Como si que nada fueran
Buenos recuerdos quedaron
Otras misiones le esperan

En la velada casera
Siempre el mejor anfitrión
Algo que nos desespera
Es que se vaya al Japón

Y cuando llegue la hora
Usted sabe: la hora cero
De amarguras y lamentos
En ese país lejano

Acuérdese de los buenos
Que de los malos momentos
Nos encargaremos otros
Escogidos al azar





La hora Cero
de Pedro Vergés

Hay domingos, como te iba diciendo,
en que uno bebe hondos silencios,
amargos como vino de sangre,
domingos inconclusos y tediosos
en que el mar palidece
y una sombra se ciñe a nuestra sombra
y el aroma de un cactus
penetra la indomable parsimonia del tiempo,
y tú no estás,
y nadie, ni siquiera yo mismo,
se encuentra en los contornos.

Hay domingos en los que los objetos,
estas cerillas retorcidas por su propio fuego,
como mi corazón,
estos floreros, estas flores que mueren,
como mi corazón,
claman, piden, asedian,
se interponen en todo,
me hacen sentir que todo lo he perdido.

Hay domingos así.
Hay domingos de largas avenidas.
Hay domingos sin tregua,
sin un solo coral,
sin una sola ola,
Sin esa diminuta piedrecita de ámbar
que uno quisiera a veces encontrar en la vida.

Hay domingos como éste,
en los que tú no estás ni yo respiro,
domingos coleópteros, afiebrados, como largos discursos,
domingos con sus telas, domingos con sus lienzos,
domingos con sus listas de todos los domingos,
con sus pequeños ruidos, su teléfono,
domingos que te allanan y te violan,
acotadas marismas donde un alud de nada
y de piedras sin nombre
imitan la espesura, tienden trampas amargas,
cabinas que cobijan la luz lunar y el tedio.

Hay domingos inciertos, domingos como hechos
para el hombre que soy en esta hora.
Hay un Santo Domingo
y un maldito domingo,
un maldito domingo
aquí en Santo Domingo,
un domingo que es todos los domingos,
un asqueroso y nauseabundo día domingo
que se prolonga indefinidamente.

Un domingo que contempla su lunes,
su semana irrestricta,
como si se mirara en un espejo.